Cuando tenemos una herida por un traumatismo o como resultado de una cirugía se ponen en marcha unos mecanismos en nuestro organismo que llevan al cierre de la misma. Se podrían resumir de la siguiente manera:

 

Fase hemostática o inflamación: al seccionar los tejidos hay un sangrado, las células sanguíneas de la zona (las plaquetas) comienzan a formar un coágulo rápidamente que impide que haya un sangrado aún mayor, conjuntamente con una proteína denominada fibrina se forma una malla que atrapa los elementos del plasma impidiendo la extravasación.

Los vasos sanguíneos se dilatan para atraer nutrientes y oxígeno que ayuden al proceso de cicatrización. También acuden unas células que evitan la infección y supervisan todo el proceso y ayudarán en la reparación, como los macrófagos y los fibroblastos.

 

Fase proliferativa: los macrófagos producen factores de crecimiento y citoquinas que ayudan a la formación de nuevos vasos y sirven de señal para atraer a las células que se requieren en estas nuevas fases. Los fibroblastos forman una matriz sobre la que se desarrollará el nuevo tejido de reparación, son células especializadas en formar colágeno y ácido hialurónico. Este entramado junto a los nuevos vasos forman lo que se conoce como tejido de granulación.

 

Fase de maduración: se comienza a formar la matriz más estable, se contrae la herida y se comienza a reepitelizar (la herida esta al mismo nivel que la piel que la rodea, el lecho es rojizo y los bordes rosados). Hay una maduración del tejido conectivo que le da mayor estabilidad. La textura de la piel, el color y el grosor cambian. Esta fase puede durar hasta un año.

 

El tejido cicatricial resultante es poco vascularizado, no tiene pelo, ni glándulas sudoriparas o sebáceas.

 

Este proceso puede verse alterado en cualquiera de sus pasos por diversos factores,  a nivel local  o generales (edad, aporte de sangre y oxígeno a la zona, estado nutricional, tabaco, enfermedades asociadas, etc)